LIBRO DE EPITAFIOS

Desde niño, he sentido curiosidad, fascinación e intriga por los epitafios. La muerte en sí, me producía cierta duda existencial, el más allá colocaba sueños y teorías en mi mente que, a temprana edad, levantaban en mí cuestionamientos de toda índole. Cuando acompañé a algún familiar o conocido al cementerio que después alguien me dijo era “el barrio de los acostados”, me aterraba la seriedad y la tristeza de los que acompañaban al difunto, la cual contrastaba con el comportamiento normal de los que allí vendían flores, estampas, oraciones o que se ofrecían, por un par de monedas (en aquella época todavía se regalaban monedas), de voluntarios para cargar el féretro o ayudar a depositarlo en la bóveda. Los que finalmente se acercaban ofreciendo la lápida llenaban aún más mi curiosidad porque, además de vender la piedra que sellaría por buen tiempo la morada del occiso, vendían también unas frases que después me enteré se llamaban epitafios y que en la mayoría de los casos, no tenían algún tipo de relación con el muerto. Igualmente y de manera arbitraria, los familiares  escogían por el difunto olvidando en la totalidad de los casos los hechos de sus vidas, sus principios, sus valores y sin considerar la opinión de los que no hacía mucho habían iniciado el último viaje.
Comencé a pensar cómo serían los epitafios escritos realmente por los que en situación semejante, la de la muerte, se encontraran. ¿Qué dirían? Sin sarna y sin morbo, debo aclararlo, tratando de ponerme en los zapatos de muchos que ya no están para atestiguar, se me ocurrieron los siguientes epitafios que son acompañados por fotografías de modelos que representan a la Santa Muerte.

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